En los momentos de mayor felicidad, quisiera irme así, en medio de tanta dicha, recordando con tanta alegría los momentos vividos, las personas a las que he amado y aquellas que me han correspondido, con la satisfacción de que logré llegar al corazón, aunque fuera de algunas cuantas personas.
En mis momentos de serenidad, siento que antes de morir me faltan cosas por vivir, principalmente amar y ser amado, vivir esa relación de pareja que tanto he deseado, con la que tanto he soñado, por la que tanto me he esforzado; otra es, el acto de hacer el amor, que el encuentro entre el cuerpo de la otra persona y el mío sea la extensión del amor, que se de dentro de esa relación de pareja.
Al final de cuentas, uno no tiene forma de predecir en qué momento y cómo va a morir. A muchos les asusta pensar y hablar de la muerte, cuando muerte y vida son un binomio indisociable, cuando comenzamos a morir desde el mismo momento en que somos concebidos. Y la gente se escandaliza si alguien llegara a decir que quiere morir (por las razones que sea). Y muchos siempre dicen (o decimos), en algún momento, que nosotros no somos quiénes para decidir en qué momento morir, que eso es cosa de Dios. Si uno decide que quiere morir, es juzgado e incluso se le tacha de pecador.
Yo no sé si la hora y forma en que muera quede totalmente en manos del Creador, o si en algún momento yo decidiera que he vivido lo suficiente y puedo (y quiero) trascender a otro plano. No sé si tal como hace mucho tiempo pedí, en el momento en que yo viviera a plenitud lo que es el amor y despertara al lado de la persona que ame con todo mi ser y sintiera su cuerpo junto al mío después de haber hecho el amor, en ese momento Él me lleve consigo pues mi más grande anhelo se había vuelto realidad.
Lo que sí sé, es que no tengo miedo de morir. Y definitivamente, me gustaría irme habiendo vivido en amor de pareja, y no sólo habiendo hablado tanto de él, o habiendo imaginado cómo sería, o deseándolo como uno de mis grandes anhelos.